domingo, 14 de marzo de 2010

MIGUEL DELIBES, EL ÚLTIMO CASTELLANO

A las siete de la mañana del 12 de Marzo, la hora en que los labriegos de Castilla se encaminan a sus faenas, cerraba el libro de su larga vida y apagaba la luz, un castellano universal. Austero como su tierra, de triste figura y alma inmortal. Maestro de la palabra y dibujante de las letras. Se llamó Miguel Delibes Setién y, hoy, entra en la eternidad de la memoria.

La sombra del ciprés, que es alargada, dará placidez y frescura a su cuerpo en las calurosas tardes castellanas, a un hombre que, como nadie, describió con la palabra los campos y las gentes de Castilla y, por ende, de España.

Casi un siglo de vida da para mucho y Miguel Delibes, afortunadamente, lo aprovechó desde que llegó a un mundo convulso un día otoñal de octubre de 1920 en Valladolid, antaño corte de los primeros Austrias, capital de Castilla y de las Españas. Tierra donde la lengua española, o castellana, o el “román paladino” del que hablaba Gonzalo de Berceo, guarda sus más puras esencias.

No trato de hacer aquí un balance de su obra, ni tan siquiera de su vida. Sólo quiero tener para él un recuerdo agradecido. Delibes nos honra y también nosotros ahora, llegado el momento, debemos honrarle. Es muy de España llevar flores a las tumbas y regalar espinas en vida. Quizá, Miguel Delibes, que tiene en su haber grandes reconocimientos literarios, nacionales y extranjeros, se haya marchado con la espina clavada de no haber obtenido el merecido “Nobel” de literatura que tantos creemos que merecía. O quizá no, porque las espinas de Delibes eran las de su tierra plagada de arbustos que las proporcionan en abundancia y sutilmente punzantes.

La primera obra que yo leí de Delibes fue su “Diario de un cazador”, que tenía continuidad en el “Diario de un emigrante”. Ambas escritas en forma de diario. Preciosas para mí, en el tiempo en que las leí. “La Sombra del ciprés es alargada” con la que ganó el “Nadal” en 1948, la leí mucho después. Y otras muchas.

Pero me acuerdo hoy, sobre todo, de aquel “Diario de un cazador”. Recuerdo que sus notas diarias, o al menos muchas, terminaban con una frase: “Dormí mal. Y sentí el Expreso de Galicia…”

Yo, anoche, escuché un expreso. No era el de Galicia, por supuesto. Y tampoco sé si lo escuché o lo soñé. Pero esta mañana supe que era cierto, que lo había escuchado. Era el expreso que llevaba a Miguel Delibes hasta la Eternidad, hasta la inmortalidad.