A esta empresa a la que me refiero, España, la dirige un inútil llamado José Luis Rodríguez Zapatero. De esta empresa no dependen 65.000 empleados, dependen más de veinte millones de trabajadores y muchos empresarios que crean empleo y riqueza y que, gracias a los cuales, comen las familias españolas.
Este supuesto empresario, que yo no sé quien le convenció de que estaba capacitado para dirigirla, llamado José Luis Rodríguez Zapatero (ZP, para los colegas) ha mandado al paro, durante seis años de mandato, a cuatro millones de españolitos de a pie, reconocidos por las cifras que da su “consejo de administración”, es decir, su gabinete de gobierno, lo que nos hace pensar, y no sin razones, que pueden existir casi cinco millones de españoles sin empleo.
El Producto Interior Bruto (PIB) de esta gran empresa llamada España, desciende alarmantemente (en lo que va de año, más de un 4%) situándose en las más bajas de la Unión Europea.
El déficit de la empresa, es decir del Estado Español, gestionado por José Luis Rodríguez Zapatero, es inédito. Durante la peor crisis de los años 93-95, no llegó a superar el 24% de su gasto en ningún semestre. La cifra del último semestre de 2008 (27%) ya sobrepasaba las previsiones, pero la de hoy, un 45% del gasto, la pulveriza. El déficit de la empresa se multiplica por cinco.
La renta per cápita de los empleados de esta gran empresa gestionada por José Luis Rodríguez Zapatero, llamada España, cae y cae al vacío sin encontrar suelo, dejando atrás quince años de subidas ininterrumpidas. La población aumenta en torno del 2% en los últimos años y el PIB no es capaz de alcanzar una subida más allá del 1,2% de media anual.
El petulante y supuesto empresario que pretende dirigir esta empresa nacional, es capaz de hablar y dialogar con los terroristas de ETA, pero es incapaz de mantener un mínimo diálogo constructivo con la patronal empresarial, que es la que crea trabajo y empleo, y no se le ocurre otra cosa que recortar las ayudas que reciben los empresarios para crear empleo. Otro fenómeno del consejo de administración de esta empresa nacional, el ministro de Trabajo, un tal Corbacho, ha llegado a la brillante conclusión de que estos incentivos no son eficaces.
España cae al puesto 33º en la clasificación mundial de competitividad económica, según el último informe hecho público por el Foro Económico Mundial (FEM) y ya nos adelantan el sultanato de Brunei y la República de Chequia, que viene a constituir el primer país de la Europa del Este que supera a una nación de la Europa Occidental.
En definitiva: El empleo se destruye. Los datos económicos bajan en cualquiera de sus índices. España es más pobre que ayer y se sigue empobreciendo. El gran empresario, Rodríguez Zapatero, no sabe adoptar medidas que paren esta destrucción. Ni sabe, ni quiere saberlo, ni admite consejos.
Esta gran empresa llamada España, está a punto de quebrar y no hay nadie que la expropie, como en su día se hizo con Rumasa que, por cierto, contra viento, marea y otros elementos, se ha rehecho y constituye hoy, de nuevo, uno de los más importantes holdings empresariales de España.
El problema es que el único autorizado para “expropiar” o “intervenir” al Gobierno de España, en manos de gobernantes destructivos, es el Parlamento español. De ahí tiene que salir la decisión de “expropiar”, cuanto antes, al gobierno zapateril. No se puede esperar a que hundan la empresa. El empleo, al igual que se hizo cuando Rumasa, debe estar garantizado y, para ello, se deben tomar medidas excepcionales. No se puede esperar a que nos pongan en niveles de los años cincuenta del pasado siglo. España no se merece esto.
José Luis Rodríguez Zapatero, debe ser, si no expropiado, sí intervenido de inmediato. Que huya a Londres o a la selva de Uganda. Que se vaya donde quiera que aún está a tiempo. España, representada en el Parlamento, debe, sin más demora, tomar las decisiones que debe tomar y, tal como hizo aquel gobierno con Rumasa, expropiar, intervenir o, simplemente, suspender de sus funciones a quien está llevando a esta empresa a la quiebra más absoluta, sin sentido, sin capacidad de dialogo y con una fijación obsesiva en la destrucción.
Los que no tienen la cabeza sobre los hombros o, simplemente, esa cabeza no les funciona, sean de izquierdas, de derechas, o de los grandes expresos europeos, no pueden gobernar un país. Un país que tiene muchos millones de habitantes que tienen derecho a un trabajo, a comer, a tener familias con servicios dignos y a andar por la vida con la cabeza alta, no puede tener como gestor a una persona que no rige, que no está en sus cabales y que, según se desprende de sus actos de gobierno, tiene el mandato divino de destruir un país que con muchos siglos de existencia ha sido ejemplo mundial de culturas y de civilizaciones.
A este andoba hay que “expropiarle” sin más demora. Luego no nos lamentemos, porque mañana será tarde.