Ultimamente no tengo ganas de escribir. Lo que me rodea me deprime, me entristece. Me siento inútil para ayudar al pueblo donde ahora vivo. Son demasiados los que os enmudecen y yo no me siento con fuerzas para daros voz. Hasta a mí me cuesta hablar.
Se que aún no nos han vencido pero están en ello. Hoy me siento sola para tirar de un carro al que nunca pensé subirme. Me subieron. Me convencieron de mi fuerza y pensaron que sería capaz de tirar de él. Y hoy también me he dado cuenta de que sola no puedo. No puedo ni siquiera buscar el apoyo de mi entorno porque no existe tal apoyo. La gente huye ante la verdad y, sin la verdad, no vamos a ninguna parte. Excepto a convertirnos en seres grises como ellos. No quiero ser un ser gris. Pero menos aún quiero que vosotros lo seáis porque he aprendido a quereros y me duele que este maravilloso pueblo se hunda en el olvido.
La impotencia siempre me llevó a buscar fuerzas en esa gente maravillosa de siglos pasados que tenían muy bien dibujado el norte de sus anhelos. Hoy he vuelto a leer el poema de Bernardo López García. Su oda al Dos de Mayo que escribió en 1866.
Bernardo a pesar de ser un poeta menor, era un ferviente defensor de la libertad. Y plasmó esa defensa de la libertad en este poema. Entonces en España no había ni derechas ni izquierdas. Todo un pueblo unido en torno a una de las naciones más bellas y valientes del mundo: ESPAÑA.
El Dos de Mayo
Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón;
sobre tu invicto pendón
miro flotantes pendones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia las plegarias,
y del arte las canciones.
Lloras, porque te insultaron
los que su amor te ofrecieron…
¡a ti, a quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron;
a ti, por quien se inclinaron
los mundos de zona a zona;
a ti, soberbia matrona
que, libre de extraño yugo,
no has tenido más verdugo
que el peso de tu corona!
Do quiera la mente mía
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
cantando tu valentía;
desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola,
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!
Tembló el orbe a tus legiones,
y de la espantada esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones;
nadie humilló tus pendones
ni te arrancó la victoria;
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo,
ni en los ámbitos del mundo,
ni en el libro de la historia.
Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia,
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial;
en tu suelo virginal
no arraigan extraños fueros;
porque, indómitos y fieros,
saben hacer sus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros.
Y aún hubo en la tierra un hombre,
que osó profanar tu manto...
¡Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre!
Sin que el recuerdo me asombre,
con ansia abriré la historia;
presta luz a mi memoria,
y el mundo y la patria a coro,
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria.
Aquel genio de ambición
que, en su delirio profundo,
cantando guerra, hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al ibero león
ansiando a España regir;
y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder,
que no puede esclavo ser,
pueblo que sabe morir.
¡Guerra! clamó ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra! repitió la lira
con indómito cantar:
¡guerra! gritó al despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron,
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!
La virgen, con patrio ardor,
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en su pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y, cuando calmado está,
grita al hijo que se va:
"¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate, y muere:
tu madre te vengará!"
¡Y suenan patrias canciones
cantando santos deberes;
y van roncas las mujeres
empujando los cañones;
al pie de libres pendones
el grito de patria zumba,
y el rudo cañón retumba,
y el vil invasor se aterra,
y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba!...
¡Mártires de la lealtad
que del honor al arrullo
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la humanidad...
en la tumba descansad,
que el valiente pueblo ibero
jura con rostro altanero
que, hasta que España sucumba,
no pisará vuestra tumba
la planta del extranjero!