(Cuento de Navidad que escribí hace años y que lo publicaron en El Faro)
En una chabola
cubierto de harapos,
dormita en el suelo
Jorge, de seis años.
Sueña con los Reyes
que nunca pasaron
por aquella puerta
siempre sin zapatos.
Muy cerca su padre
bebe un vino amargo,
y mira a su hijo
mientras llena el vaso.
- ¡Vamos, que ya es de día
y hay que ganar algo!.
Y le zarandea
para despertarlo.
- ¡No puedes ser vago!
- Padre ¿dónde vamos?
- A pedir limosna
para comer algo.
Y Jorge obedece,
calza sus zapatos
y abrocha el abrigo
que no se ha quitado.
Su triste mirada
de niño obligado,
se posa en su padre
diciendo: ¿nos vamos?.
Ve sobre la mesa
un mendrugo duro
y dice extrañado:
- ¿Es que sobró anoche?
- No hijo, no ha sobrado,
no lo cené yo
para que tu puedas
hoy desayunarlo.
Pero no preguntes
y vamos andando.
- Padre, tengo frío,
dice bostezando
y su cuerpecillo
se encoje y tirita
dentro del abrigo
sucio y heredado.
- Anda más deprisa
para no notarlo!
Contesta su padre
avivando el paso.
De pronto, se para,
pasa mucha gente
y dice a su hijo:
- Tú quédate aquí.
Este es un buen sitio
para sacar algo.
Yo estaré allí enfrente
siempre vigilando.
Extiende la mano
y repite siempre
diciendo bien alto:
Por amor de Dios
una limosnita
¡para comer hoy!.
El niño obedece
y casi gritando
suplica a la gente
que pasa deprisa
llena de paquetes
sin hacerle caso.
- denme algo, denme
algo…
repite cansado.
Y la vocecilla
que empezó gritando
es ahora un susurro
débil y apagado.
Aquella manita
que firme pedía
cae en su bolsillo
helada y vacía.
De pronto sus ojos
se agrandan y miran
un escaparate
lleno de juguetes
que ahora se ilumina.
Ya no pide nada
solamente mira.
Y aquella mirada
se clava en su padre
que pide y vigila.
El mudo mensaje
espolea su alma
y sin saber cómo
impotente grita.
- ¡Por piedad, señor,
denme una limosna
para comprarle algo
a mi hijo hoy!.
También es un niño
y quiere un regalo.
Sus ojos llorosos
dicen que no miente
y de pronto alguien
que pasa, le atiende.
Abre su cartera
y saca un billete
que pone en su mano
mientras le dice:
- Cómprele un juguete.
Yo he sufrido mucho
por no tener Reyes.
El mendigo calla.
No puede siquiera
ni darle las gracias
porque la sorpresa
seca su garganta.
Aprieta el billete
en su sucia mano
y mira a su hijo
que sigue extasiado.
Se acerca y le dice:
- ¿Qué estás tu mirando?
- ¡Padre, aquel caballo!
¡Fíjate en la cola
y además es blanco!.
Pero tú me has dicho…
que a nuestra chabola
no vienen los Magos
y nunca me dejas
poner el zapato…
- Pues creo que este año
vienen muy cargados
y a los niños buenos
hasta en las chabolas
van a dejar algo
- Padre ¿es verdad eso?
- Yo nunca te miento,
y vamos deprisa
para que te encuentren
descalzo y durmiendo.
- Tu vas muy despacio
¡yo me voy corriendo!.
Jorge se adelanta
y va por la acera
saltando contento
con aquel caballo
en su pensamiento.
Entra en la chabola.
Después se descalza,
los limpia con agua
y los saca brillo
con la bocamanga
de su viejo abrigo.
Después los coloca
alegre y saltando
cerca de la puerta,
y hay un ángel bueno
que sonríe al verlos
por fin, esperando.
Su padre le llama:
- ¡Ven a cenar, Jorge!
- ¡Yo no tengo ganas!.
Padre, si me dejas
me voy a la cama.
¿Pensarán los Reyes
que he sido bueno
y me traerán algo?.
Hoy no gané nada.
- Porque no te han dado.
Tú fuiste obediente
y los Reyes Magos
se enteran de todo.
- ¿Verán mis zapatos?
- ¡Claro que los ven
y dejarán algo!.
Verás como este año
no pasan de largo.
Jorge confiado,
sonríe contento
mientras se acurruca
entre los harapos.
Después dice bajo:
- Por favor, Melchor
que sea el caballo.
Y con la sonrisa,
plasmada en los labios,
se queda dormido
pensando en los Magos.
Su padre le arropa
y sale despacio
hacia aquella tienda
donde está el caballo.
El dueño le mira
no muy confiado,
mientras le pregunta:
- ¿Quería usted algo?
- Quiero aquel caballo.
- ¿Ha mirado el precio?
Aquel es muy caro,
otro parecido
cuesta más barato.
- Pero quiero aquel,
envuélvamelo
que voy a pagarlo.
El dueño lo envuelve
y viendo el billete
piensa -lo ha robado-.
Le entrega el paquete
y le da la vuelta
de lo que ha sobrado.
Sale de la tienda
y aprieta en su mano
aquellas monedas
que le van quemando:
- Esto es todo de él
y voy a gastarlo.
Quiero que mañana
se sienta mi hijo
como un millonario.
Y compra pasteles,
más y más regalos,
hasta que no queda
ni un mísero chavo.
Brillantes los ojos
y sin haber cenado,
llega a la chabola
contento y cansado.
Deja los regalos
junto a sus zapatos
y muy despacio
para no despertarlo
contempla a su hijo
que sigue soñando.
Le besa en la frente
y dice muy muy bajo:
- Este año, hijo mío,
sí se han acordado.
¡Bendito sea
quien te lo ha pagado!.