(Este podría ser el relato de un hombre desesperado)
Aburrido. Aburrido y medio asqueado. No quería ni mirar por la ventana pues sabía el panorama que me iba a encontrar: una tarde sin color y sin amor. Una tarde desapacible y rencorosa. Una tarde de mierda, sin piedad de nadie. Una tarde de crisis, de falta de cosas en casa y de depresión profunda.
Me apetecía salir a tomarme una copa. Más que nada por ver si me volvía el ánimo, pero ¿copa?, ya ¿y con qué me iba a pagar yo esa copa?
Hacía un rato había hecho limpieza de mi cartera-monedero. Abultaba más de la cuenta y ya me molestaba en el bolsillo de atrás de mi pantalón.
Despejé la mesa y saqué todo. El DNI, para este lado junto con otras credenciales de algún club o sociedad de las que nunca frecuento pero que pago la cuota anual. Estas otras credenciales, mejor para este otro lado. Hay que darse de baja ¿para qué gastar este dinero inútil? Me levanté y tomé una bolsa de plástico de esas de la compra. Cuatro o cinco cupones de los ciegos, sin mirar, y ya caducados: ¡a la bolsa! Un par de décimos de lotería en igual situación: ¡a la bolsa también! Una pequeña hoja de papel con dos números de teléfono, uno móvil y otro fijo que ni pajolera idea tengo de quien pueden ser, y que también van a engrosar el contendido de la bolsa.
Un recorte de prensa que habla de unos arreglos que el Principado pretende hacer en mi pueblo, ¿para qué coño habré recortado yo esto? ¡pelotilla de papel: ¡también para la bolsa! Dos calendarios plastificados. Pero, si yo nunca los miro ¿Qué los quiero aquí abultando? La bolsa seguía aumentando su contenido. Otra hojita de cartón con dos números de cuentas bancarias anotados. Esto debo conservarlo pues son donde debo depositar la renta del piso, mientras pueda, y pagar la cuota de la comunidad de vecinos. Una tira del cajero automático que me indica el saldo de mi cuenta: -234,52 euros. Eso lo sé de sobra, así que a la bolsa.
Me quedaban todavía más papeles que eliminar. Entre ellos encontré dos fotos de tamaño carné. Eran de dos de mis hijos, de hace unos años. ¡Cuánto hacía que no las miraba! Cuanto han cambiado de entonces acá. Los estuve contemplando un rato…¡Qué putas las vais a pasar! Fue mi pensamiento ante sus caras infantiles.
¡Cómo ha cambiado mi vida!. Hoy estoy en el “paro” y dentro de dos meses dejaré de percibir el salario que ésta situación contempla. Tengo tres hijos. Uno ya trabaja algo, pero los otros dos son pequeños: uno tiene seis años y el otro doce. Ellos tienen que estudiar, vestir y comer algo. El de doce me dice, a veces, que no quiere salir a la calle. Sus amigos toman alguna Coca Cola, y el no puede hacerlo. Entonces le dicen que es un “rácano y un triste..”
A mí no me apetece, tampoco, levantarme por la mañana ¿para qué? ¿a dónde voy a ir? Yo tengo mi oficio y todos los que me conocen lo saben. Nadie me encarga nada. No hay trabajo. No puedo ir a tomarme ni un triste “blanco” porque eso resta unas simples patatas en casa.
No dejo de acordarme de mi padre. Mi padre hizo la Guerra entre el 36 y el 39. Me contaba que habían sido aquellos tiempos muy duros. Yo no lo recuerdo porque nunca pasé necesidad de alimentos. Podías comer simples patatas cocidas, pero te llenaban el estómago.
Hoy veo a muchas gentes revolver entre los contenedores (palabras modernas) para ver si encuentran un trozo de pan que llevarse a la boca o una fruta que no esté lo suficientemente podrida como para poder rescatar la mitad de la pieza.
Yo me veo así, sin tardar mucho. Es la puta realidad. En breve no tendré “paro”. Tengo una mujer y dos hijos que comen. Yo también como, pero puedo pasar algún día sin ello. También puedo pasar sin tomarme un vino, pero eso es lo de menos.
A uno de mis hijos, ayer le dolía la tripa. Yo pienso que será de algo que comió que no le hizo bien. Mi mujer dice que es cosa de nervios. Aquí todos estamos afectados por esta mierda que llaman “crisis”.
Vuelvo a recordar a mi padre que decía que, tras aquella guerra, España estaba encaminada ya por los caminos de la prosperidad y de la grandeza. En España, nunca más se volverá a pasar hambre.
Hoy, estuve a la orilla de la mar, arriba en el acantilado. Miré a la mar inmensa y pensé: ¡Qué coño pinto yo aquí! Yo estaría mejor entre estas aguas. Pero no pude hacerlo. Volví sobre mis pasos y, a medio camino, miré mi bolsillo. Tenía un euro con setenta céntimos. Sabía que en el bar próximo a mi camino, un vino (peleón, por supuesto) costaba ochenta céntimos. Lo pedí y me lo tomé. Cuando fui a pagar me dijeron que estaba invitado. No quise ni mirar quien lo había hecho. Es más, allí no había nadie…..¡Qué casualidad!
Cuando llegué a casa, sin pararme en ningún otro lugar, le dije a mi esposa: ¿Querrán los críos una Coca-Cola? Tengo un euro con setenta céntimos que a mí no me hace falta para nada……
¡Gracias, señor Zapatero! Gracias a usted tenemos esta España en la que nunca, según mi padre, se volvería a pasar hambre.... Siga riéndose...